26.9.10
Do not disturb
Las máscaras o antifaces son uno de los accesorios eróticos más aceptados por la mayoría de las mujeres, desde la más romántica a la más audaz. De encaje, satén, de viaje o boudoir. Cualquiera sea el modelo, todos nos generan un black out.
Personalmente, creo que el antifaz, usado en un espacio sexual e íntimo, nos permite abrir los ojos internos y atrevernos a disfrutar de placeres que de otro modo no permitiríamos jamás. Sea porque nos rendimos a las manos de nuestro amante, sea porque al no mirar/controlar, podemos aducir que “no pudimos anticipar” esa mano atrevida hacia los pliegues ocultos de la carne. El antifaz es nuestro aliado para ayudarnos a relajarnos y “ver” un nuevo repertorio sensual.
Mas, cuando lo usamos en nuestra vida emocional y afectiva, el accesorio lúdico se puede transformar en una trampa mortal. La tela sedosa ajusta al corazón limitando la expresión profunda de su voz. Cuantas personas van por la vida con el corazón vendado, ciego, paralizado, creyendo que lo que no ven, no se siente, y por ende, no existe.
Juegan a tener pareja, juegan a ser felices. Como si quisieran recrear un eterno juego de la casita que nos entretenía en el jardín de infantes. Corazones con cartelitos “Do not disturb”.
Buscamos amantes, maridos/esposas, novios/as, parejas, flings, o lo que sea esperando algo a cambio. Una familia, una imagen social cool, un futuro asegurado, alguien con quien compartir los gastos, un cuerpo lindo para aumentar la autoestima, acallar los reclamos familiares de por qué seguimos solteros..Esperamos, necesitamos, negociamos, reclamamos. Y el corazón? Do not disturb, please! Y ajustamos aun más el nudo del antifaz.
Cada vez que le ponemos precio a nuestros sentimientos, subastando nuestra felicidad a cambio de cierta comodidad material/social, estamos pactando con el diablo. No habrá contrato firmado con sangre, pero el acuerdo tiene plena vigencia en nuestros corazones. Y tarde o temprano, nos lo viene a cobrar.
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