29.4.10
Escribe tu propia aventura
A fines de los 90 visité Rusia. En 4 días tuve 3 guías turísticos diferentes: un hombre, una señora señorona y otra mujer joven. A cada uno le preguntaba sobre Catalina la grande que en ese momento era mi personaje histórico preferido. Quería averiguar todo lo posible sobre ella y sobre todo, los mitos sobre su muerte. La primer interrogada fue la señora rusa, muy prolija en su peinado, con una voz que aun recuerdo, por el tono demasiado cauteloso, como pensando mil veces cada palabra. Su respuesta fue “Catalina, la Gran emperadora, era una mujer grande que murió de problemas del corazón”. Y con frialdad rusa cortó el tema sin más. Al día siguiente, le tocó el turno a la mujer más joven.
Muy simpática, licenciada en letras y filosofía pero ejerciendo como guía turística. Y a mi pregunta, sus palabras fueron “De Catalina se ha hablado mucho, pero la verdad es que se descompuso en el baño y ahí se murió.” Sin la frialdad del “abedul” (así se le dicen a las mujeres rusas) del día anterior, pero con tremenda y clara incomodidad, el tema volvió a cambiar. Y ahí me quedé yo con 2 visiones de una misma muerte. El último día visité el increíble Palacio de verano de la emperatriz. Y nuevamente acompañada de un nuevo guía, por nombre Vlad.
Vlad me entretuvo un buen rato con la arquitectura de complejo, hasta que se detuvo en una casita que se veía más a lo lejos. Y ahí, la verdadera historia rusa me fue revelada. Según Vlad, la emperatriz mantenía allí a su amante de turno, mientras el emperador dormitaba en el palacio real. Como los jardines eran los suficientemente extensos, ella podía escaparse y disfrutar de su rendezvous. Y si bien la casilla era la misma, los amantes se sucedían sin parar. Catalina era una adicta al sexo. No es objeto de este escrito comentar lo que Vlad me confesó (ya que también puede haber sido inventado), pero, según la versión no autorizada, Catalina murió cuando se le cayó encima un caballo. (los detalles de cómo sucedió se los dejo a su entera imaginación).
De esos tres relatos yo elegí el que más genuino sentí.
Nuestra visión del deseo puede parecerse a la guía mayor, amargada y avergonzada. O la de la joven curiosa pero sin valor para enfrentar sus prejuicios, perdiendo la oportunidad de descubrir el brillo de la seducción.
O puede ser como la de Vlad, dejando que tus fantasías desdibujen los límites de la realidad, perdiéndote en un mar de pasión desenfrenada.
Sólo una es dueña de su sexualidad y sólo una escribe su propio final.
Hazla creativa, pero que sea sentida y real.
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